Juan
Carlos Tedesco fue ministro de Educación entre 2008 y 2009, y actualmente es
investigador de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).
–En el libro usted defiende el concepto de “eficiencia” de la mano de la “justicia social”. ¿Es posible compatibilizar calidad e inclusión?
–Esa contraposición es una falsa antinomia. Porque si tenemos inclusión sin acceso al conocimiento, es una falsa inclusión. En muchos países del mundo, la inclusión social junto con buenos niveles de aprendizaje es una realidad. Los nórdicos, por ejemplo, son los que han logrado mayores avances en ese sentido. Nosotros defendemos la responsabilidad por los resultados como parte de un proyecto político centrado en la justicia social. ¿Qué quiere decir responsabilidad por los resultados? Que no me sea indiferente que un alumno pobre tenga bajos logros de aprendizaje. La reacción no puede ser solo individual: el maestro tiene responsabilidad, pero es todo el sistema el que tiene que reaccionar frente a ese fenómeno. Tenemos sistemas educativos con una cultura administrativa de bajo nivel de responsabilidad por los resultados. Si un alumno aprende o no, no genera ninguna reacción: la culpa es del alumno. Hay que analizar la eficiencia en función del objetivo de la equidad. Eso es lo que cambia el valor de la eficiencia: es distinto que yo la entienda como un valor asociado a bajar los costos, a que ponga la eficiencia en lograr que todos terminen la escuela y todos tengan una educación –¿Por qué afirma que se perdió en estos años la oportunidad de acompañar el mayor presupuesto con reformas pedagógicas?
–Uno rescata de estos años de gobierno las mejoras sustanciales en los insumos materiales del aprendizaje: infraestructura, equipamiento escolar, salario docente. Además se cambió el marco normativo; tenemos leyes que gozan de consenso social. Se han cambiado los planes de estudio y se mejoraron las condiciones con las cuales los chicos llegan a la escuela. Ahora bien, lo que también aprendimos en estos años es que mejorar lo material no se traslada automáticamente a tener una educación de calidad para todos. La agenda que viene es meterse en la “caja negra” de la educación: qué se enseña, cómo se enseña y quién enseña. Estos son los desafíos para el futuro: desafíos institucionales y pedagógicos. Si seguimos postergando esta agenda, puede haber un búmeran: que alguien diga ¿para qué seguir invirtiendo, si no da resultados?
–¿Qué implica volver a poner en el centro del debate a la pedagogía?
–Es volver a las preguntas clásicas de la educación, que fueron tapadas por muchas décadas de sociología y economía de la educación. El verdadero problema que tenemos hoy es el de la desigualdad en los resultados de aprendizaje, asociados a la desigualdad social. Los problemas de aprendizaje que plantean hoy los alumnos (en la escuela y la universidad) son distintos a los del pasado, más complejos, y exigen un alto nivel de profesionalismo de los docentes. Pero es un profesionalismo colectivo, no individual: estos desafíos tienen que ser enfrentados por una institución, un equipo docente. Además, necesitamos que los pedagogos y las ciencias de la educación aporten experimentación e investigación sobre las mejores estrategias de enseñanza-aprendizaje. Necesitamos renovar el saber pedagógico.
–En el libro usted defiende el concepto de “eficiencia” de la mano de la “justicia social”. ¿Es posible compatibilizar calidad e inclusión?
–Esa contraposición es una falsa antinomia. Porque si tenemos inclusión sin acceso al conocimiento, es una falsa inclusión. En muchos países del mundo, la inclusión social junto con buenos niveles de aprendizaje es una realidad. Los nórdicos, por ejemplo, son los que han logrado mayores avances en ese sentido. Nosotros defendemos la responsabilidad por los resultados como parte de un proyecto político centrado en la justicia social. ¿Qué quiere decir responsabilidad por los resultados? Que no me sea indiferente que un alumno pobre tenga bajos logros de aprendizaje. La reacción no puede ser solo individual: el maestro tiene responsabilidad, pero es todo el sistema el que tiene que reaccionar frente a ese fenómeno. Tenemos sistemas educativos con una cultura administrativa de bajo nivel de responsabilidad por los resultados. Si un alumno aprende o no, no genera ninguna reacción: la culpa es del alumno. Hay que analizar la eficiencia en función del objetivo de la equidad. Eso es lo que cambia el valor de la eficiencia: es distinto que yo la entienda como un valor asociado a bajar los costos, a que ponga la eficiencia en lograr que todos terminen la escuela y todos tengan una educación –¿Por qué afirma que se perdió en estos años la oportunidad de acompañar el mayor presupuesto con reformas pedagógicas?
–Uno rescata de estos años de gobierno las mejoras sustanciales en los insumos materiales del aprendizaje: infraestructura, equipamiento escolar, salario docente. Además se cambió el marco normativo; tenemos leyes que gozan de consenso social. Se han cambiado los planes de estudio y se mejoraron las condiciones con las cuales los chicos llegan a la escuela. Ahora bien, lo que también aprendimos en estos años es que mejorar lo material no se traslada automáticamente a tener una educación de calidad para todos. La agenda que viene es meterse en la “caja negra” de la educación: qué se enseña, cómo se enseña y quién enseña. Estos son los desafíos para el futuro: desafíos institucionales y pedagógicos. Si seguimos postergando esta agenda, puede haber un búmeran: que alguien diga ¿para qué seguir invirtiendo, si no da resultados?
–¿Qué implica volver a poner en el centro del debate a la pedagogía?
–Es volver a las preguntas clásicas de la educación, que fueron tapadas por muchas décadas de sociología y economía de la educación. El verdadero problema que tenemos hoy es el de la desigualdad en los resultados de aprendizaje, asociados a la desigualdad social. Los problemas de aprendizaje que plantean hoy los alumnos (en la escuela y la universidad) son distintos a los del pasado, más complejos, y exigen un alto nivel de profesionalismo de los docentes. Pero es un profesionalismo colectivo, no individual: estos desafíos tienen que ser enfrentados por una institución, un equipo docente. Además, necesitamos que los pedagogos y las ciencias de la educación aporten experimentación e investigación sobre las mejores estrategias de enseñanza-aprendizaje. Necesitamos renovar el saber pedagógico.